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LA
CRITICA |
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Prefacio
Jacques Lassaigne |
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En
los distintos períodos de la obra de Pettoruti, encuentro
una notable unidad, ya sea en Europa (Florencia, Roma y
París - 1914 a 1924 -), en Argentina (1924 a 1952),
en Italia o una vez más en París desde 1952.
Su trabajo se desarrolló a un ritmo intenso, en amplios
sectores de búsqueda coherente, con llamados constantes
y prolongaciones lógicas. Pettoruti siempre permaneció
fiel así mismo, tal como se definiera desde el primer
momento. Fue un espíritu lúcido, sabio y reflexivo,
un constructor poderoso, con una forma permanente de ver
y decir.
Se mantuvo en contacto con los principales movimientos teóricos
que marcaron varias décadas de éste siglo: futurismo,
cubismo, abstracción. Pero avanzó en forma paralela,
personal, sin plegarse jamás a una visión en
común, sin hacer concesiones. En sus comienzos se preocupó
por definir una dinámica de las formas, pero su interés
por representar las deformaciones sucesivas del objeto fue
menor que la representación del movimiento en sí
y del ritmo. En éste sentido se distingue totalmente
de sus primeros colegas italianos futuristas. Por ejemplo
cuando Balla yuxtapone como en el cine los estados sucesivos
de una pierna en marcha, Pettoruti intenta definir una curva
que sintetice éstas diferentes etapas. Se abstrae de
toda figuración para otorgar un significado emocional
y vivo a las formas geométricas. Propone de éste
modo un verdadero lenguaje plástico en términos
de figuras y colores. Los círculos y los ángulos
se organizan sobre ejes precisos, por momentos se hunden sobre
sí mismos como sobre un ojo profundo, o se transforman
en flechas agudas dirigidas hacia un blanco externo. Sus fuerzas
ascendentes o descendentes toman un valor benéfico
o maléfico. Los colores parecen concebidos para abolir
toda margen de incertidumbre. Poseen la densidad o el brillo
del esmalte; sus propios matices se inscriben en la escala
de la conciencia. Tanto por su técnica como por su
espíritu. El pintor se emparenta con los constructores
del Renacimiento.
Cuando
acepta utilizar los elementos de lo real y parece acercarse
a la experiencia cubista final de los papeles colados y
de las deformaciones planas de 1917 (Gris, Picasso, Herbin)
Pettoruti combina dicha visión un tanto decorativa,
con un sentido del espacio totalmente metafísico.
Entre las superficies vencidas donde los objetos se alinean
por altura, abre ángulos de perspectivas profundas,
generadores de lo insólito y del ocultamiento.
El
objeto o el personaje se representan con su entorno, su
aura, su acompañamiento particular, con las fuerzas
que se desprenden de ellas y le arman una defensa. Este
entorno, por una suerte de transposición fundamental,
en la base sólida, la roca sobre la cual se recorta
el perfil del sujeto cuya silueta desbordada adquiere una
postura formidable. Es esencial para mis ojos, la serie
de los Soles Solidificados en la cual el foco de luz se
concentra en piedra angular y llama sobre sí a sus
rayos.
Nada
más interesante que reconocer el uso de ésta
segunda visión en las pinturas de la serie de los
Arlequines iniciada en 1925 y afirmada poco a poco sobre
sus propias raíces. En éstas figuras, la sombra
alcanzada y la prolongación espiritual se funden
para engendrar un solo cuerpo compacto, rígido, hierático,
tan alejado del pretexto original como de cualquier representación
simbólica. El tema se desarrolla, se profundiza,
se desdobla , como si la pintura, magnética, emitiera
ondas concéntricas al propagarse.
Pero el artista resiste toda tendencia a que las formas alcancen
una proliferación azarosa o una tensión manierista.
Pinta con gusto naturalezas muertas donde la distribución
de los objetos se resume en un solo movimiento plástico,
en un arabesco armonioso mientras que, a veces, un detalle
característico clasifica a la composición del
conjunto cuando se expresa con la verosimilitud de un TROPE-L'CEIL
("Dominó", "Los Tres Cigarrillos").
En la serie de las copas que se inscriben en una superficie
cada vez más densa se instaura un equilibrio entre
un número reducido de colores sostenidos.
En
la nueva época parisina de Pettoruti culmina el estilo
despojado. Sobre sus telas, cuyos formatos se agrandan a
menudo en apaisados horizontales, evolucionan las formas
abstractas puras dentro de un espacio que se hunde y se
libera. Es un combate de ángulos y curvas cuya flexibilidad
une los contrastes o es un simple juego de colores estridentes.
Como en la serie de los Pájaros, los cuadros se clasifican
por su carácter dominante: Bermellón, Negro,
Blanco, Tropical. Este último posee la magia de la
mariposa.
En
lugar de éstas obras de un clasicismo casi perfecto,
prefiero quizás las grandes composiciones más
complejas donde se expresa la lucha fundamental de la luz
y la sombra y se produce la unión de las fuerzas
opuestas. En el "Soleil dans la Montagne" o el
"Soleil d’ete" un anillo de oro de distintas
intensidades enceguece las altas construcciones sombrías.
En las Farfallas, se realiza la fusión de las fuerzas
contrarias.
Entre
los grandes brazos descuartizados, se distribuye armoniosamente
la luz en toda la extensión de la tela. La misión
del pintor está cumplida. Su obra está edificada
con el silencio y la paz.
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Emilio
Pettoruti, la épica de lo clásico
Rafael Squirru |
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No es
exagerado afirmar que desde su exposición en Witcomb a su
retorno de Europa en 1924, las mejores plumas sobre el arte argentino
se ocuparon de la obra de Pettoruti. Sin desmerecer a los más
conspícuos, Pagano, Córdoba Iturburu, Chiabra Acosta
(Atalaya), Estarico, Romero Brest o Brughetti me parece justo anotar
algunos conceptos de la breve introducción que escribiera
Julio Payró para su ya hoy clásico "Veintidós
Pintores" de 1944.
Entre otras cosas anota Payró refiriéndose al maestro:
...una voluntad de perfección no inferior a los clásicos...Su
oficio es impecable, matemática su composición...Sus
figuras no pierden su vida esencial, acaso condensada y multiplicada.
De ahí su profunda y eventualmente dolorosa humanidad...su
emoción intensa...hombre lleno de sentimientos y de experiencia
humana...algo más que cualidades intelectuales y emotivas.
Pettoruti posee esa ciencia (de los grandes clásicos) y la
usa para decir cosas de una poesía sin precedentes, absolutamente
originales y profundamente bellas.
La vida de Emilio Pettoruti (La Plata 1892-París 1971) y
su obra constituyen un todo armónico, que en una larga trayectoria
alcanza el más alto nivel de la plástica de nuestro
siglo.
Temprana Vocación
Conocida es su temprana vocación, sus años de aprendizaje
italianos y su precóz maduración como creador, cada
vez que pensemos en su ya abstractos dibujos de 1914-16, año
en que ya había plasmado sus Construcciones que lo señalan
en su faz americanista como auténtico precursor.
Desde su paisaje de la "Alta Córdoba" de 1912,
Pettoruti posee esa calidad que marca el auténtico artista
pintor. Pensemos que entonces apenas tenía 20 años,
y que ya está presente la preocupación por el plano
y lo que es aún más interesante su tratamiento de
la luz. Ello es verdad también de sus estudios de desnudos
al carbón. Es importante tener en cuenta que al igual que
Piccasso en su período 1916-26, Pettoruti trabaja en simultaneidad
en ambos estilos el figurativo y el abstracto-cubista.
"Las amigas de Florencia" de 1914 es ya una tela magistral,
así como lo serán sus mosaicos, que no tienen menor
calidad que los de Léger. De aquella época son también
sus paisajes italianos, uno mejor que el otro, así como las
pequeñas acuarelas con motivo de estilizados figurines.
Una obra fundamental de este período es el óleo abstracto
"Vallombrosa" de 1916 que sin duda registra una inspiración
paisajística. Se trata de un trabajo clave de 33 x 24 cm
donde aparece dentro de una gama de marrones, unos segmentos, de
los que años más tarde, Pettoruti identificaría
como luz autónoma.
Sabemos que durante su extenso período cubista ya desde su
"Retrato de Xul Solar", que tituló "Luce Elevazione"
de 1916, se mantiene esta obsesiva preocupación lumínica.
En las palabras del mismo Pettoruti, registrada en su valiosísima
autobiografía "Un pintor ante el espejo" (1968)
nos dice: "No sé por qué. O mejor dicho lo sé.
Porque en el Sol y en la Luz, encontré desde pequeño
los mayores misterios, y porque estos elementos naturales ejercieron
sobre mí, en razón de su propio sigilo, una atracción
muy extraña...de ahí a pensar en aferrar el sol y
meterlo en el hogar, que ha sido siempre uno de los grandes propósitos
del hombre, mediaba únicamente un paso, y lo franqueé
con resolución en los bocetos de 1939. Pienso hoy todavía
que fue una creación absoluta, y que de haberla desarrollado
en otras latitudes, (no en otros tiempos) su aceptación y
sobre todo su repercución hubieran sido mayores". Esta
última, una reflexión que comparte con Torres García
a propósito de su Universalismo Constructivo.
Triunfo de luz y abstracción
Al
señalar el año 39 como el momento culminante de su
hallazgo de la luz como ente autónomo, Pettoruti no está
siendo plenamente justo consigo mismo ya que vimos que aunque fragmentada,
esa luz esta identificada en el "Vallombrosa" del 16.
De
todos modos ese tratamiento más concentrado precide toda
su serie de Soles Argentinos, que dicen a las claras del diálogo
íntimo que el artista siempre mantuvo con su propia tierra.
Pero, con todo el respeto y entusiasmo que nos merece su período
de los arlequines, pensamos que el gran hallazgo se corporiza en
la última etapa abstracta de Pettoruti, aún no debidamente
calibrada por la crítica, pese a los años que han
pasado. Obras como "Serenite" (1959), "Silence dans
la nuite" (1962) en que el haz luminoso acompaña a rectángulos
verticales de azules y marrones, son apenas algunos de los ejemplos
que corroboran y acompañan la "Grotta Azzurra"
del 58 y toda la serie de las Farfallas (mariposas) de la década
de los 60.
En
todos y cada uno de estos casos la pintura deviene decididamente
metafísica, esto es, que está cargada del espeso jugo
de la meditación. Volviendo a Payró "las hondas
vivencias intelectuales corren parejas con una apasionada emotividad".
Es precisamente este equilibrio logrado al máximo en nivel-intensidad,
lo que hace de Pettoruti uno de los grandes clásicos de nuestro
tiempo, un pintor épico como corresponde a su condición
americana, respuesta del pueblo-continente, como lo quiere un pensador
peruano, al lirismo hondo de un Juan Gris. Clásico por vocación
y por oficio, este maestro argentino nos habla de la aventura humana
que se traduce en una historia que no cesa, aquí, en nuestra
América.
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